ARTE, ESTETICA Y POLITICA
La estética es
definida por Kant como un enlace de representaciones -juicio-, que se realiza
solamente a partir del sentimiento y por ello es subjetiva. Este enlace, sin
conceptos previos, es provocado por un objeto -en el caso del arte, la obra-
con reglas propias, particulares. Dicho objeto tiene la capacidad de afectar al
sujeto produciéndole placer o displacer, sentimiento propiamente dicho. Kant constata
que el sentimiento de placer o displacer es una satisfacción que procede de la
activación (agitación) de las facultades humanas (modos de representación) que
es ponen en juego libre al ser afectadas por el objeto particular, la obra. En
efecto, por ser particular, este no puede ser determinado y entendido según los
cánones, convenciones y conceptos institucionalizados.
Así, la
puesta en marcha de la reflexión, activa el juego libre de las facultades. Pero
esta reflexión, que no encuentra conceptos previamente determinados para
definir la obra, entenderla o explicarla en su particularidad, se obliga a
enlazar (juzgar) sin reglas, esquemas o criterios, para lo cual debe actualizar
una libertad del pensamiento, la reflexión y el juicio que consiste en dar-se
su propio criterio. El sentir conciente la animación (agitación), el movimiento
y los límites de las facultades y la libertad de juego, conlleva, además de la
ampliación del pensamiento, la limitación y el cuestionamiento de lo
establecido. Esto es lo que produce la satisfacción estética que llamamos
placer o dolor, belleza o sublimidad. La necesidad -o la idea- de que la
libertad de juicio y esta satisfacción sean sentidas individualmente por todos,
hace que la obra sea el ámbito propiamente público, donde la libertad
individual se ejerce y se hace efectiva. La libertad de cada uno puede en ello
coexistir con la de otros. Por la estética, en el arte se da cabida a la
comunidad libre, donde el sentimiento y la reflexión se encuentran para estar
atentos a cada ser, amarlo y respetarlo desinteresadamente. No es de otro modo
como desearíamos entender la política.
En el arte
auténtico se realiza esta política como crítica (reflexión sobre los límites,
relación y movimiento de nuestras capacidades de representación y de acción)
como libertad, como respeto y como justicia de lo particular, (de lo que queda
indeterminado). La característica política del arte está pues en su recepción
estética, pública. Sin embargo, hay "estéticas" que se oponen a esa
significación porque excluyen la dimensión crítica: aquella en que la obra
despierta un "placer" que obedece a la satisfacción inmediata, irreflexiva,
de los sentidos; a la inclinación natural de la que somos presa. Aquí, la obra
apunta a lo que no es libertad (autodeterminación) sino naturaleza, y no
trasciende el gusto privado. Otra, la estética que genera el abandono a la
seducción de objetos que prometen algo que no pueden dar y seducen los
espíritus quitándoles su libertad. Aquella que produce estremecimiento,
sensiblería que anula la posibilidad de la libertad de reflexionar. La que
concuerda con el "gusto" generalizado o convencional, con el
"placer social", con la idiosincrasia, con los lenguajes establecidos
e institucionalizados. En estas obras "estéticas", media lo que
"es" el dominio de lo conocido y lo establecido. De este modo, esas
!obras no son arte, niegan lo posible y afirman el establecimiento. Estas
estéticas afectan al "espectador", pero lo hacen acríticamente,
apolíticamente. Un arte así interesado es inaceptable, alienante en el sentido
más fuerte de la palabra. Ninguno de estos tipos de satisfacción estética puede
alcanzar la universalidad del sentimiento y la efectuación de la libertad y de
la reflexión en lo público, en los términos que hemos explicado antes.
Lo público
cede el paso a la publicidad del mercado, del sistema, del capital. No se
constituyen como arte ejemplar para la consecución de una política auténtica,
la de una única comunidad -libre y justa- humana.
Amparo Vega
Filósofa egresada
de