MEMORIA DE UNA VISITA A NUEVOS NOMBRES EN
Desde la edad
media, las lenguas románicas heredaron del latín el término locus para designar el emplazamiento de
un objeto determinado. La palabra Spatium, también del latín, designó en un primer estadio un
intervalo -cronológico o topográfico-, que separa dos puntos de referencia: un
vacío por llenar. La primera concepción de lugar era indivisible, totalizaba
los elementos y las relaciones, y el término tenía una carga positiva y rica,
en oposición al espacio. El término sans space se utilizaba para significar inmediatamente y el término sin
lugar, para designar a los marginados de la sociedad [Zumthor].
El no lugar, era lugar de tránsito por llanuras deshabitadas, bosques o
desiertos: el espacio vacío entre dos emplazamientos. Estos espacios estaban
afuera, entre, las localidades (ciudades). La verificación del concepto se realiza
en la literatura y la poética.
Con el romanticismo, sucede un cambio de valores. El no lugar antes inhóspito, se carga de deseos, las utopías se emplazan en los espacios no conocidos, por oposición a lo conocido, y la casa, el lugar entrañable por excelencia, empieza a mostrar matices siniestros. Al término alemán Heim (hogar, hospicio, ad. a casa) relativo al lugar que se habita, se articuló con el sentido de Heimlich (oculto) [traducido como Homely al inglés]. Un lugar habitado por fantasmas, algo escondido para los extraños. Así, la casa que implicaba un sentido de seguridad, libre de temor, es violentado por aquello que puede ocultar, la palabra unheimlich, equivaldría, por su lado, a inhóspito, inhabitable. Sin embargo, ambos términos llegaron a ser equivalentes, hasta que Schelling propone una diferencia: Unheimlich es el nombre para lo que debía permanecer oculto y que ha salido a la luz. En la casa se introduce el locus suspectus de lo inquietante [Vidler]. La literatura describió estas casas y en la pintura se reveló el carácter sublime de la naturaleza.
En la actualidad, el
lugar y el no lugar coexisten en la
ciudad. El no lugar sigue connotando
aquello que es difícil de ser apropiado, ajeno, mientras que el lugar refiere a
lo entrañable, lo propio. El espacio se convierte en materia constructiva, para
el cual el vacío es un elemento. La definición de no lugar refiere a los espacios ajenos, públicos, ocupados o
contemplados por un lapso de tiempo por uno o varios individuos. Es un concepto
relativo, que a la manera de un identificador del lenguaje depende de quien lo
refiere. Una biblioteca o una estación de tren será un no lugar para un usuario esporádico pero pertenecerá a la vivencia
personal de aquél que con frecuencia asiste a él o para quien es su sitio de
trabajo.
Hoy los no lugares son con frecuencia habitados
por aquellos que en la edad media eran los sin
lugar, llamados ahora sin hogar (homeless). La calle, el espacio público, los lugares de
transito y los paisajes, pueden ser apropiados por algunos mientras que para
otros permanecerán como lugares donde la identidad, la relación, o la historia
no es posible. La muestra, consecuente con el tema del lugar y el espacio,
expone lugares posibles de ocupar, de ser experimentados, contemplados o
anhelados.
Hay 22 obras
expuestas. La muestra cuenta con pinturas, instalaciones, registros de intervenciones,
fotografías y vídeos. Las obras agrupadas bajo el tema Lugar/No lugar o el
espacio entre las cosas tienen la tarea de ofrecer: primero, un espacio
relacional entre el espectador y la obra; segundo, un espacio de identidad
entre el contenido de la obra y la experiencia del espectador (al menos su
posibilidad) y tercero, un espacio histórico cuya enunciación es compleja.
Nuevos nombres está
acompañada por textos de los artistas. La discusión sobre el arte, lo contemporáneo,
y la, hoy revelada, pérdida de horizonte, puede aclararse si los propios creadores
de las obras dirigen el sentido, señalan el núcleo y enfocan la mirada del
espectador. Los textos que conducen la exposición y están en el catálogo
intervienen la manera en que el espectador se relaciona con la obra.
El arte desde las
posibilidades abiertas por las vanguardias para el desplazamiento de sentido
de un campo ajeno al interior del arte, ha introducido, entre otros temas, la
reflexión sobre la vida urbana, politizando la estética. La inclusión de un
discurso, la intención de cambiar los modos de ver, tan frecuentemente
instaurada en el arte público, (p.e las
intervenciones de la exhibición), tiene una profunda relación con la
contemporánea postulación de la muerte del arte como contemplación -como objeto
donde lo bello se consuma-; con la inserción de una reflexión sobre el público,
lo público y el espacio habitado en la obra plástica; y con la reinante
valoración del papel del arte y sus posibilidades de acción sobre el
espectador.
La inclusión en la
muestra de registros de intervenciones, es casi una paradoja. El lugar de la
obra es ajeno al lugar de su exhibición, ellas ofrecen la sugerencia de un
lugar. Las intervenciones de la
muestra, articuladas en espacios públicos (calle, aeropuerto, biblioteca; Sin
Título de Tangrama, Objetos Peligrosos y
Pervirtiendo Arquitectura), carecen de coherencia, los textos hablan de
memoria colectiva, de memoria a secas, de pertenencia, campo social, dominio y
control y de otra cantidad de términos que en las propias obras parecen
distantes, o peor, ausentes. Dan una impresión de falta de compromiso, y de
apropiación del tema, algunos textos derivan en discurso. Las obras incluidas
que pretenden la interacción del viandante con el sólo hecho de su postura en
un espacio público, son pensadas con las ganas. No hay prueba ni en la obra, ni
en los registros de que ellas hayan producido alguna reflexión de las
pretendidas. Lamentablemente el registro termina
casi siempre tratando de expresar lo inexpresable, una obra ausente, la mejor
manera de acercarse a ella, es relacionarse con la intervención en su lugar
original, lo demás resulta en una justificación, cuyo valor es informativo,
necesario tal vez para los anales de la historia. Por otro lado, la posibilidad
de que el registro se materialice en obra, se construya como huella, existe al
interior de la plástica.
Mientras recorría
la muestra, me pareció que algunos textos se interponen de manera negativa en la
mirada, la desvían. Hay una reflexión por hacer sobre la obra y el pensamiento;
sobre el quehacer y la idea. La academia nos enseñó a defender las obras, a
explicarlas, a teorizar alrededor de todo. Es necesario revisar si todas las
pinturas, las esculturas, si todos los objetos y las intervenciones necesitan
de una legitimación en el lenguaje. Sería prudente reivindicar el valor de la
obra como producción manual, como oficio.
La obra de Maria
Teresa Corrales Dentro muy dentro, afuera, desde el mismo título acerca
al espectador a sus maquetas miniatura. El tamaño de las piezas en relación con
el espacio real, expresan lo mismo que para ella es central, la vacuidad. Si
bien la conexión entre el texto y la obra es íntima, cada una provoca por si
misma un enfrentamiento con el vacío y una reflexión sobre el espacio. La
escala, los espacios habitados por personitas, interiores que se abren para
evidenciar que debajo de ellos, dentro de ellos, lo que hay es un espacio, un
lugar, se complementan con la intención.
Maria Teresa
Corrales acude a la noción de arquitectura, al proyecto, utiliza el papel, para
construir capas tectónicas, construye un patio interior con balso y cartón
paja, y unas cajitas que por su disposición y escala semejan construcciones,
pues el referente edificio esta
ausente.
Las enfermedades
que la vida urbana causa son variadas, entre las mujeres la agorafobia se ha
vuelto un mal común, pero no es al espacio abierto a lo que más se teme. El
vacío y la ausencia son una amenaza constante. Ella nos ofrece la oportunidad
de diagnosticarla, y para ello la posibilidad de experimentar, gracias a su
obra, las penas -enfermedades las llama ella-, que le aquejan.
La obra de Máximo Flórez, Cerramiento, tiene, para mí, la validez de la
labor manual, del arte como oficio y del proyecto como propuesta estética. Él
afirma usar el hilo, un material frágil, para referir a lo manual, lo doméstico
y lo constructivo como un acto de fe. En este caso la afirmación resulta
irrelevante, porque aquí no aísla, no se interpone, sino que crea un nuevo
espacio, abre, y la paradoja de la existencia de un nuevo espacio a partir de
un cerramiento, que explica toda la historia de la arquitectura es, por decir
lo menos, interesante. El texto de Flórez, es una
reflexión que no es sobre la obra, sino sobre el proceso y la intención. Si
bien esto es válido, instaura una dificultad dialéctica, el texto apoya muy
poco el montaje, creando confusión. El Cerramiento de Flórez
remite, a la arquitectura, a los espacios utópicos, al constructivismo ruso,
al adentro y el afuera. La posibilidad de una experiencia estética, pertenece,
sin duda, a la obra.
El texto de José
Tomás Giraldo, así como el título de su obra, Fotogramas y Storyboard, son una invitación a montar una película
imposible, con las imágenes de su pasado y la suma de las propias. Presenta una
serie de fotografías de la década del setenta, encontradas y archivadas por el
artista y dibujos trazados a partir de fotos del mismo archivo; imágenes de ciudades
lejanas, bombas de gasolina, aeropuertos, ajenos interiores familiares,
piscinas públicas, es decir, de lo que en la presentación del catálogo está
denominado cómo no lugares, para armar una historia, sin tiempo, sin
linealidad, ni continuidad. El montaje de la obra, dos mesas que despliegan
fotos y dibujos, es casi un espacio de trabajo, para que a la manera de una
sala de edición, se realicen cortes mentales, se encadene una escena a la otra,
como a bien se tenga. Los motivos que él alega para no producir la película,
luego de revelar su fracaso ante el deseo de estudiar cine, son económicos,
logísticos y sentimentales, añadiría yo los lógicos provenientes de la
multiplicidad de experiencias personales de quienes allí acudimos y la
imposibilidad de conectar coherentemente el pasado ajeno con el imaginario
propio. La obra es un llamado a la producción, a la creación, un ofrecimiento
honesto de su experiencia personal para que el espectador arme con ellas una
historia ideal.
Una particularidad
de la obra, es que a pesar de su materialidad, a pesar de las mesas, de las
hojas de papel, de las tiras de fotografías, es el concepto lo que concreta la
obra. La conexión con el lugar sucede en la mente, en los vínculos de imágenes
privadas y la inclusión del tiempo, cuando reta a la posibilidad de una
narración futura.
El texto de Mateo
López es tan acertado como lo son sus dibujos, es el feliz encuentro entre
idea y obra. Veinte no lugares y un lugar, es una serie que se explaya
de manera honesta; veinte proyectos, veinte pensamientos sobre un mismo objeto:
Luz Día, es
una serie de siete fotografías en blanco y negro de Alejandro Mancera. El comentario
es manifiesto, siete lámparas lujosas ostentan bombillos ahorradores de
energía. Es una declaración sobre la vida actual, hablan de inmediato de la
palabra consumo, consumo de energía, está me remite a la sociedad de consumo,
al desgaste de energía (el propio y el ecológico), es una obra capaz de
referenciar el mundo desde el mismo título. Hágase la luz, refiere al principio
de las cosas, mientras que la bombilla de luz día es un precario intento del
hombre por ofrecer las bondades de la iluminación natural, cuyo resultado es
una luz que afea y opaca.
Luz Día reivindica el poder del objeto
mínimo, del fragmento de realidad, en este caso una lámpara, para crear un síntesis de sentido que incluya un sinnúmero de
posibilidades. A algunos como a mí, los hará apelar a su memoria, para recrear
los lugares y no lugares, donde alguna vez conocieron una lámpara que se
dignificaba a sí misma y al lugar que iluminaba porque empleaba la bombilla
para la cuyo uso había sido pensada.
De la obra de
Manuel Sánchez, me atrajo la solidez conceptual y visual. Él expone sus influencias,
sus intenciones, su método, y el resultado es la suma de los componentes en una
propuesta clara. Al fondo a la derecha, es un conjunto de fotografías a
color sobre baños públicos. Son lugares fotogénicos, como él afirma y las
fotografías son intachables. Él dice que son imágenes sencillas, obvias y
paradójicas. Manuel Sánchez tiene claro que el espectador se hará la pregunta
por el ojo que mira, que no es el de quien contempla, sino el del artista, que
ofrece un espacio limpio, un espacio imposible de ser experimentado de la
manera en la que él lo ofrece, porque de estar allí, el espejo reflejaría
nuestra imagen. Es un trabajo que hace un llamado a ser incluido en un espacio,
que facturado de manera refinada, predispone a desear la apropiación de un no
lugar.
Sandra
Bustos
Bogotá, marzo de
2006.