Papá

Todos sabemos que esa institución tiene una Gerencia de Artes, con coordinadores de espacios, equipamientos y proyectos editoriales; sin embargo, al revisar su colección aparece siempre una brecha prolongada: no hay un funcionario especializado –hay que recordarlo, y sobre todo y siempre allá: profesionalizado para cumplir esa labor–, a quién consultar

alzatecara

Cabeza de un líder ultraconservador que quiso convertirse en presidente de Colombia y no lo logró. Según relatos autorizados, a pesar de su tremendo –y peligroso– carisma, no pudo lograrlo a causa de la intervención de alguien peor que él. Exposición Inventario: Reflexiones sobre el coleccionismo, salas de exposición (Fundación Gilberto Alzate Avendaño), Bogotá, 26 de junio-20 de julio, Bogotá.

La exposición cerró este festivo 20 de julio y mostraba el acervo que ha venido reuniendo una institución cultural cuyo eje primordial es su excelente biblioteca de ciencias políticas. Por lo mismo, porque su accionar en artes se ha mantenido con dificultad en medio de un organigrama que privilegia las decisiones –generalmente equivocadas– de su dirección y su subdirección, ese proyecto de coleccionismo institucional ilustra a la perfección las dificultades de gestión de los procesos artísticos modernos y contemporáneos en un organismo estatal fundado para celebrar a un solo ciudadano –y su familia.

Por una parte, Inventario mostró de qué manera ha sido administrada la colección de arte de esta entidad. Y para hacerlo superó la posibilidad fácil de divertirnos mostrando las veleidades adquisitivas de sus sucesivos directivos, evidenciando que en esa institución también han trabajado personas preocupadas por hacer una buena gestión de los bienes culturales. En un ejercicio extraño en entidades similares de Colombia, la Gerencia de Artes de la Fundación Alzate decidió exhibir varias décadas de una labor de coleccionismo que comenzó sin un derrotero claro –mas benevolente que consecuente– y poco a poco se fue profesionalizando. Para notar la validez de esta acción, baste recordar que tres proyectos similares en el anterior Museo de Arte de la Universidad Nacional, condujeron a la inmediata expulsión de sus respectivos directores.

De otro lado, su contenido traduce la necesidad de repensar los modelos de gestión y coleccionismo en esos organismos. Si bien, hoy resultaría francamente ridículo convocar un premio de artes dedicado a ensalzar la figura de un politicastro X, también lo es, y mucho más grave aun, no pensar de manera proyectiva sobre las implicaciones de poseer una colección pública. De hecho, la pregunta podría extenderse al examen de los costos a mediano y largo plazo de acometer una función adecuada de conservación. Todos sabemos que esa institución tiene una Gerencia de Artes, con coordinadores de espacios, equipamientos y proyectos editoriales; sin embargo, al revisar su colección aparece siempre una brecha prolongada: no hay un funcionario especializado –hay que recordarlo, y sobre todo y siempre allá: profesionalizado para cumplir esa labor–, a quién consultar. De esta manera, hoy no hay razones para comprender cómo se concibió la idea de coleccionar arte para impulsar artistas en ese lugar.

Una actitud que, aunque redituable en el sector público no sólo depende de la buena fe. Y de hacerse pública permitiría estudiar la forma en que los nombres que hicieron parte de ese proceso de selección integraron cuáles círculos de interés. Por ejemplo, cómo mientras la administración de artes fue coordinada por el pintor Germán Ferrer se benefició a quienes estuvieron por fuera del circuito creado por el crítico Eduardo Serrano; o mientras se dio el paso hasta la llegada de Jorge Jaramillo, se falló reiteradamente, como cuando se financiaron propuestas de arte público sin mantenimiento a largo plazo (las estatuas de Jorge Olave); o cuando, ya posesionado el artista caldense, Jaramillo decidió examinar la coherencia en la actividad que cumplía esa institución (revisando concursos que a nadie interesaban –más que por sus premios–, creando nuevas modalidades de acceso al arte contemporáneo y, por supuesto, pensando en la complejidad de coleccionar sus productos hoy).

Pero acabó la exposición y no se publicó catálogo. Quizá cuando se inaugure el edificio donde se habrá de albergar ese acervo pagado con dineros públicos podamos ir y comprar el libro, revisarlo y empezar a preguntarnos por el modo en que se va a coleccionar el arte que viene.

 

–Guillermo Vanegas