/sin límites

En tiempos de una acelerada apertura y globalización de la economía, la comunicación y la cultura, y en transición hacia sociedades de información y conocimiento, no es difícil apreciar como los modelos jerárquicos de pensamiento instituidos por el determinismo cultural que imperó hasta hace algunos años, pierden funcionalidad a la luz de un pensamiento contemporáneo cuyas geometrías le otorgan voz al individuo a la hora de modelar la realidad. En medio de una sobreabundancia de posibilidades de información, el individuo se convierte prácticamente en un hermeneuta, pues ha de reconocer, seleccionar y procesar información para articular los modelos de comprensión con que observa e interactúa con su entorno. Al habitar en un universo cultural acéntrico, en donde los sistemas mecanicos están siendo delimitados por sistemas fluidos de pensamiento, y en el que la experiencia estética puede seguir siendo considerada como una forma de conciencia que difiere de los modelos de comprensión meramente discursivos suministrados por otros sistemas de conocimiento, se puede entender la obra artística como modelo de realidad construido a partir de esta forma de conciencia, en donde informaciones, comunicaciones e interpretaciones, van encadenándose entre sí, generando -y siendo generadas por- un sentido intersubjetivo que establece los límites de la obra. Los límites de la obra no son físicos sino de sentido, ya que este funciona como estrategia selectiva mediante la cual cada observador elige entre varias posibilidades de lectura, pero sin eliminar definitivamente las posibilidades no seleccionadas. Si tratamos de definir su forma esta sería la de la movilidad y el continuo desplazamiento de sus límites de comprensión, discurso y recepción. Un límite separa pues, elementos, pero no necesariamente relaciones; esto significa que todos los procesos fronterizos, como por ejemplo el intercambio de información, al franquear el límite siguen funcionando, pero en otros sentidos.